Casa de muñecas

Mi madre no sabe mucho de arte, no tiene ni presume gran cultura, pero siempre está dispuesta a aprender y yo le admiro tanto eso. Si lee una revista, aunque sea el Libro Semanal o el Libro Vaquero, y no entiende alguna palabra, va y me busca a mí o a cualquiera de mis hermanos y pregunta el significado, y sólo entonces, cuando sabe lo que la palabra quiere decir, sigue leyendo.

A pesar de que ella no tenía o no tuvo contacto con el arte, siempre se preocupó porque todos sus hijos estuviéramos ligados a los museos, a las exposiciones, a los cursos que daba el Gobierno o la Universidad. Desde luego, el Museo de Monterrey y la Casa de la Cultura tuvieron mucho que ver en nuestra formación. Nos regaló el arte aunque fuera algo desconocido para ella.

Analfabeta, se encargó de que todos sus hijos fuéramos lectores. Hay una foto deliciosa que amo. En ella estamos todos los hermanos en una cama, leyendo, cada quien según su edad, sus expectativas y sus gustos. Así que un hermano tiene El Conde de Montecristo, otro Cien años de soledad, otro más Madame Bovary y yo, que aún no sabía leer, tenía un cuento de Lorenzo y Pepita, esa foto me encanta porque refleja nuestro entretenimiento.

Si bien nunca tuvimos acceso a ediciones finas, pues casi siempre comprábamos libros en Reforma, ahí en los estantes de segunda mano, estábamos encaminados a la lectura y también a disfrutar de las posibilidades de la imaginación, sentados en el piso, todos juntos, escuchando las novelas que mamá ponía en el radio. Así conocí a Porfirio Cadena, supe del drama del Derecho de nacer y me reía con Trespatines.

Escuchar cantar a Manuela, siempre ha sido la mejor melodía. Sus afectos son tan genuinos como espontáneos. Nos enseñó la ternura, aunque creció sin conocerla. Nos ha enseñado a dar, a pesar de vivir con tantas carencias. No recuerda haber comido tres veces diarias cuando era niña, sólo hace memoria de una sopa de estrellitas con tortillas de maiz recién hechas y papitas a medio cocer en la leña.

Heredamos el sarcasmo cual mecanismo de defensa, la ironía como estrategia, y claro está el humor agudo y la pronta respuesta. Nunca se calla. Nunca le ganas. ¿Que hay de comer, mamá? Lo que trajiste, chula, y lo que está en la mesa. ¿Porqué usamos esa azucarera tan fea? ¡Ay, m’ijita, iba a usar la que me regalaste, pero no quiero que se maltrate! Es presumida, arrogante, coqueta, aunque jamás soberbia. Entiende silencios, pero sabe dar abrazos. Respeta momentos y no perdona la pereza.

Además de todo, sensible e inteligente. Si dos hermanos peleábamos, de castigo nos ponía a hacer algo difícil juntos, porque sabía que tendríamos que hacer equipo para terminar la tarea encomendada y que al final seríamos amigos de nuevo. Entre sus castigos preferidos, estaba el limpiar todos los hoyitos del molcajete con un palillo.

Nos enseñó a gatear para alcanzar un juguete, nunca nos lo dio en la mano. Nos hacía fascinantes coches de bomberos con cajas de leche Mitras, porque eran rojos, y fichas, traileres de cajas de pasta de dientes y tanques de guerra, ¡sí! tanques de guerra de cajas de zapatos y latas de sardina. Nunca nos dijo que no hubiera dinero, se concretaba a buscar una solución. Nos compraba juguetes baratos, corrientes, en las tiendas de mayoreo, pero para nosotros era más que suficiente.

Tengo especial recuerdo de mi casa de muñecas. La vi en el catálogo de Selecciones. Mis amigas tenían y yo no. Pasaban los anuncios en la tele y se me caía la baba. Las veía en Julio Cepeda o anunciadas con Pipo y más me enamoraba. Pero no me atrevía a pedirla. Nosotros no festejábamos la Navidad.

Mamá entendió que yo lo deseaba. Juntó muchas cajas de cartón de los más diversos tamaños y las forró. Cajas de arroz, de medicina, de zapatos y una caja inmensa de un cobertor. También juntó revistas que seguro le regalaban las vecinas o las consiguió en las ofertas o en las revistas de segunda mano y muchos muchos muchos catálogos de Famsa y distintas mueblerías y uno que era de Dillar’s o de Macey’s. Ya con todo eso, me llevó al patio, me dio las revistas y unas tijeras y me dijo que cortara los muebles que me gustaran, mientras ella haría engrudo. El resistol era un lujo que sólo usaban mis hermanos mayores que iban a la escuela.

Una vez que tuve cortados los muebles, me dijo que los pegara en pedacitos de cartón y así tendría mi casa y hasta con muebles gringos. Así que escogí los muebles y los pegué a como pude. Las cajas de arroz Soberano, eran las camas o también donde podía pegar los muebles que había recortado. En varias tardes, mientras mamá lavaba la ropa, tirada en el suelo haciendo recortes tuve una casa super equipada.

Pero no tenía muñecas. ¿Quiénes la habitarían, entonces? Por supuesto, mis luchadores. Amante de la lucha libre, tenía setenta pares de monitos. Sí, y a todos les ponía nombre, les conocía los gustos y hasta sabía cuando estaban deprimidos. Cabían perfecto en la casa que hice de esa inmensa caja del cobertor, misma que al ponerle dentro las cajas de zapatos se convertía en un departamento de tres pisos. ¡Qué tal! Era una casa fantástica.

Me pasaba las horas inventando historias. La casa crecía conforme me imaginaba cosas: una lata de sardinas vacía era la bañera de lujo del General, porque era dorada y yo decía que era de oro. Las latas de atún eran las mesas del comedor y los taponcitos de la pasta de dientes eran los vasos. Por tinas usaban los tapones del shampoo. Una cuchara de peltre desportillada era una catapulta fenomenal.

Era comiquísimo poner a cocinar al Santo, o poner a lavar la ropa a Blue Demon. Y el maldito de Mil Máscaras que se tardaba mucho para bañarse. El que nunca quería hacer nada era Zobek, pues era el malo de siempre. Destendía las camas, que tenían sábanas hechas de retazos de las faldas viejas de mamá. Mis soldaditos, cuando venían de la guerra, se iban al hospital que atendía la Mujer Maravilla y Vilma la de los Picapiedra. Tarzán era el jardinero por excelencia y Superman cuidaba de todos, desde la azotea. Lo máximo de lo máximo era la habitación vacía del Hombre Invisible.

No todo fue bello. También me acuerdo del revés que me metió mamá porque corté un coche Impala ’78 que venía anunciado en la Revista Contenido de mi papá. ¿Yo cómo iba a saber que las revistas nuevas no se cortaban? Mis monos necesitaban un coche y eso era todo lo que me importaba.

Hoy, mientras hago una maqueta, me vino todo esto a la mente. Un flashback gratísimo. Una nueva casa de muñecas que se convertirá en realidad tridimensional. Gracias, gracias, Manuela, por enseñarme a ser y hacer, empezando por imaginar.

LSM; Octubre de 2007

12 Responses to “Casa de muñecas”

  1. Anónimo Says:

    ¡Caray! Sanmillán…me se salieron las lágrimas. Sólo puedo reiterarte

    * H E R M O S O *

    Sígale dando movimiento a la pluma que aquí me tienes en plan de bloguero-vouyerista, disfrutándolo mucho mucho.

  2. walvarez Says:

    excelente, saludos!

  3. Diana Says:

    Wuau me hiciste sentir leyendo una emocion poco usual a esta hora de la mañana, te agradesco de sobremanera que utilices todo esa magia que tienes para describir de lo ordinario a lo extraordinario !!

    Felicidades….

  4. noe Says:

    no manches yo tenia un vochito de cuerda, que era mi unica pertenencia y junto con mis luchadores, ahhh por que el santo no se podia quedar sin su vehiculo jajajaja yo vivi en una compraventa de papel y chatarra con mis abuelos, ahi cree mil historias, gracias por recordarme lo que es la humildad, no se necesita dinero para ser feliz. =)

    Saludos!

  5. alicia Says:

    Casi se me salen las lagrimas, por tu texto, pense que ya no habia gente que recordara las cosas que importan en la vida, felicitaciones

  6. Ricardo Lemus Says:

    Estoy en shock de leer estos recuerdos tan bien plasmados!!

    Me encanto, me recordo parte de mi niñes, tantas carencias y aun asi tanta pero tanta creatividad, me sigo sorprendiendo como nuestros pa’s le hicieron para mantenernos y aun mas para formarnos…

    Saludos desde el pais de la hoja de Maple.

    Y que la tinta no se acabe!!!

    Ricardo

  7. Dra. Lewis Says:

    ¿Qué te puedo decir?

    De pronto se me vino a la mente la escena de cuando jugaba con mis muñecos en las casitas que les fabricaba con palitos y cartones, en el patio de tierra. Es delicioso recordar nuestra niñez.
    Un relato muy conmovedor el que haces. Gracias por compartirnos esa parte de tu existencia.

  8. Edith Says:

    Yo tambien tube una casita de muñecas, y comparto lo que nuestras madres hacen con amor, alguna ves alguien me metio bien en la cabexa que la necesidad es la madre de todos los inventos, y ahora yo platico de articulos de libros de cuentos, y mi madre pone cara de ¿que?, se los platico y se queda cnforme….
    Que linda historia, gracias por hayudarme a revivir, esos tiempos….

  9. ana Says:

    un articulo espectacular, me recuerdas lo vivido. Yo la hice a base de dibujos de mi propia mano, levante las paredes con cartones varios y antes de montarla dibujaba el mobiliario

  10. anonimo Says:

    wow yo que estaba encaprichada con comprarle una casa de barbies a m hiija leo esto y dgo q no la hara feliz alfgo asi? felicidades

  11. 2010 in review « Lorena Sanmillán Says:

    […] Casa de muñecas October 2007 10 comments […]

  12. precio vinos Says:

    precio vinos…

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