Sé que existo

El sábado me desvelé por cuestiones de trabajo. Antes de subir a mi recámara estuve un momento en la sala hablando sola en la oscuridad. En mi cuerpo, el oleaje  de esa presencia que de tan clara no la alcanzo a definir. ¿Qué es lo que me pasa? El corazón se volvió un embudo de emociones apresando las palabras para expresar mi sentir. ¿Qué sucede dentro de mí? Cuando apoyé la cabeza en la almohada ya estaba dormida, envuelta en dudas y cobijada por una ilusión.

El teléfono sonó al siguiente mediodía. Contesté de malas con voz de ultratumba. Invitación a comer en casa de uno de mis hermanos. Más que un sueño, una pesadilla. Colgué  y volví a dormir. Unos minutos después sonó de nuevo. Alguien quería ofrecer una tarjeta de cérdito de esas que hacen cochinero financiero. No, gracias.  Bajé por café y me interné otra vez en las sábanas. Déjenme en paz.

El celular se sumó al complot contra mi descanso dominical. Clooney canceló nuestra ida a la Ceremonia del Óscar. Dijo no sentirse merecedor del honor. Ni lo que gasté en el vestido. Mi café ya estaba frío. Así lo tomé.

Adormilada aún, encendí la computadora. Leí el periódico, contesté varios mails. La idea del Récord Guinness con las bardas del bardo se perfila como una meta a perseguir. Un boceto lanzado al aire. Veo el reloj y apuro mis acciones. Tomo el baño y salgo rumbo a casa de mi madre. Al abordar el coche veo el Cerro de la Silla, fascinante. Decido congelar el momento en una foto. El mejor ángulo es cuando doy vuelta por Constituyentes para tomar Constitución y aunque no es mi camino habitual manejo hacia allá.

Lakmé, mi perra, va conmigo. Dancing Queen en el radio del coche. Volteo por Constituyentes. El Cerro está hermosísimo. Se engalana no sólo para esta noche, se viste para la primavera y al verlo se llena mi vista de bugambilias. Tomo la curva de Constitución y un hombre con cara de esposo peinado para visitar a su suegra me da un cerrón que me enfurece. El muy maldito tiene prisa por ir a batearle la comida a su madre política. No tengo más remedio que orillarme. Entre asustada y encabronada detengo el coche en la gasolinera. Todavía estoy echándole madres cuando de reojo veo una de las bardas de Armando y su Acción Poética. Sé que existo si me nombras.

Una sonrisa inédita atropella mi rostro. La poesía de esa canción de Ana Belén se integra a mi existencia. El recuerdo de la música se mezcla con los acordes de Abba. La barda a los pies de mi cerro consentido domestica al dragón enfurecido en la mirada, que pierde ante ello toda pelea. No tengo más defensas. Me rebasa el sentimiento. Tiemblo conmovida. Las lágrimas hacen su arribo en la alfombra roja de mi mayor emoción. Flashazos de celebridad acompañan la certeza de este instante. Lloro sin pausa y sin vergüenza. Mi ser entero fluye en sólida palabra. No tengo libreto alguno pero éste es mi mejor papel. Nací para interpretarlo.

Tomo unas fotos, Lakmé posa contentísima sorprendiéndome, pues ignoraba que las perras pudieran ser buen kleenex. Desde la nube setecientosochenta, bajo a la tierra a continuar mi camino, ser puntual, cumplir mis compromisos. Doy una mirada al retrovisor para meterme de nuevo al tráfico. En él, otra barda con su mensaje Imagínate enamorado parece decirme, no tan rápido, primero acepta lo que te está pasando. Un centenar de lágrimas responden a esta cachetada del destino, limpian toda sombra de duda mientras resbalan por mis labios. Por detrás de la muralla de agua lo veo todo claro y es mi cerro el mejor testigo de las palabras que guardo.

P.D. Gracias, Armando. Sin poesía no hay ciudad.

Lorena Sanmillán

*Artículo publicado en el suplemento cultural 15 Diario 25/02/09

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