Sopa de fideos

Alguien de nombre -o sobrenombre- Odesa comenta mi publicación en el grupo de la colonia. Odesa, resuena el nombre en mi cabeza y mi mente vuelve a la adolescencia. Recuerdo a Henry Miller en su “Trópico de Capricornio”, su inseparable amigo que le contaba historias de Odessa, la seducción a su maestra de piano; vuelvo a las tardes leyendo a Simone de Beauvior lo mismo que “Lágrimas y risas”; Yesenia, Rubí y Rarotonga se sientan a mi lado junto a las escapadas al Museo de Monterrey. Añoro las tardes con Mariana, las canciones de la época, ir al Repertorio Musical del Norte a comprar una cuerda cuarta para la guitarra, caminar por Cuauhtémoc de regreso a casa y ver las marquesinas del cine del mismo nombre, escuchar los pericos de la Alameda, el antojo de un elote, cruzar la calzada Madero con mucho cuidado, deteniéndome en el camellón, los olores del Mercado del Norte, volver a casa pasadas las siete y cenar, religiosamente, a las nueve de la noche mientras escuchaba la hora de José José en Estéreo Recuerdo. Las diez de la noche eran el abismo de lo insólito. Yo, despierta a deshoras. Hoy, mi insomnio borda somnolencia de recuerdos a las dos de la tarde, mientras busco en mi mente el primer nombre del amigo de Henry Miller y tengo antojo de sopa de fideos. Curiosos son los caminos de la mente.

Lorena Sanmillán

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