Silencio que el burro va a hablar

Para el profe Berrones

Representa para mí un gran honor el acudir el día de hoy al Colegio Civil a la presentación de este libro. Encantada de compartir el privilegio del bautizo del hijo de Guillermo Berrones, “Orejas de burro. Anécdotas y crónicas del aula”, junto a Ximena Peredo y Jesús de León. Gracias a José Garza por su incansable labor al frente de la Secretaría de Publicaciones de la UANL.

Conocí a Guillermo a través del libro “El Viejo Paulino”. Mi madre es fan de esa música y heredé el gusto por los corridos. Los corridos cuentan historias. Derivan del romance antiguo y son una de las muchas formas que toma la crónica. La crónica representa un género literario que narra hechos históricos en orden cronológico. La palabra crónica viene del latín chronica, que a su vez se deriva del griego kronika biblios, es decir, libros que siguen el orden del tiempo. En una crónica los hechos se narran según el orden temporal en que ocurrieron, a menudo por testigos presenciales o contemporáneos, ya sea en primera o en tercera persona. En este libro, Guillermo es narrador testigo que nos comparte sus vivencias con cierto grado de ironía, crítica y humor. Asume el compromiso que la crónica tiene con la veracidad.

Una anécdota es un cuento corto que narra un incidente biográfico interesante o entretenido, una narración breve de un suceso curioso. Una anécdota siempre está basada en hechos reales, un incidente con personas reales como personajes, en lugares reales. No obstante, con el correr del tiempo las pequeñas modificaciones realizadas por cada persona que la cuenta pueden derivar en una obra ficticia, que sigue siendo contada pero tiende a ser más exagerada. En este libro hay atisbos de tal cosa. Aunque la mayoría de las ocasiones el narrador permanece fiel a los hechos y tiene la valentía de expresar su opinión desnuda al respecto.

El apetito del escritor lo lleva a contar historias. No importa si es su historia, la historia o una historia. Se trata de contar. En este contar, podemos encontrarnos precisamente con la anécdota que da origen a la expresión “Orejas de burro”, la cual data del Medievo.

“Aquel labrador que, llevó su hijo al colegio para que recibiera instrucción. A las preguntas del maestro el niño no contestaba nada. El padre pidió al maestro el precio por las clases particulares y le pareció demasiado caro. Y exclamó: “Por ese precio, mejor me compro un burro”. Entonces el maestro le respondió: “Pues cómpreselo y con éste tendrá dos, nada más póngale unas orejas”.

Generalmente la expresión se utiliza en la escuela con tono despectivo, discriminatorio, insultante. En algún tiempo se usaba que a los alumnos menos destacados se les pusiera orejas de burro y mandarlos al rincón del aula, volteados contra la pared. Se podía ser aún más cruel y  exhibirlos e incluso colocarlos en el patio a la vista de todos. El término no ha sido exclusivo de la escuela. También tenemos las frases: burro de planchar, es tan corto de miras que no distingue un burro ni por las orejas, dos burros no hacen medio caballo. En este preciso momento me viene a la mente una caricatura donde más de un presidente ha sido condecorado con esta distinción injusta. Injusta porque precisamente los burros están ligados al trabajo. A la alta jornada, al supremo esfuerzo. Cabe mencionar que los burros están en peligro de extinción. Incluso existe una asociación que se dedica a protegerlos.

Guillermo es un maestro normalista, por vocación y convicción que ha trabajado como burro para compartir su labor didáctica y en el buen estilo de varios pro-o-sores dobletea  y cuadruplica sus funciones: docente, escritor, cronista, periodista creador del personaje Profeta Berna, quien publica décimas en el Quince Diario. En el libro que hoy nos ocupa hace uso de una narrativa aderezada por toques cáusticos y el manejo del lenguaje cotidiano para exponer una lección que va más allá del texto. El cuento, la anécdota existe, pero la lección, la moraleja –aunque la crónica no precisa ninguna de las dos- está implícita en la lectura.

Berrones nos ofrece pinceladas narrativas de sucesos cotidianos que trascienden. ¿Quién no se ha enamorado de un maestro? En “Amores estudiantiles” (Página 17) se habla de ello, con una carta que vale la pena citar:

“Profe, cuando reviso mi horario del día, quisiera que las horas transcurrieran lo más rápido posible para que se llegue el momento en que usted entre por la puerta bañado de sol, resplandeciente y callado, con ese silencio que lo dice todo y que al hablar es como si de su boca surgiera la magia, el embeleso y la pasión. Su presencia nos inunda con el calor de su enseñanza, y es como si usted flotara celestialmente mientras nosotros nadamos hacia su persona para tocarlo y sentirnos divinos. Y yo, maestro, me siento consumida por los celos cuando mis compañeros acuden a usted para salvarse. Lo veo revisar sus libretas y entonces las hojas son mis manos y mi espalda es el resorte que usted acaricia suavemente. Soy una hoja en blanco que aspira a ser manchada con el rigor de su pluma. Sé que estoy loca, maestro, me lo dice a diario mi conciencia: pero qué es el amor sino la locura desatada por sus rizos, el destello de sus mejillas sonrosadas y ese pecho que se asoma cubierto de vellos entre su camisa. Míreme, búsqueme entre las sombras de sus alumnos, descubra la pasión que cada día es más evidente y aprenda a amarme con la misma intensidad de mi cariño. Suya, siempre”.

Cito esta carta porque tiene que ver con el trasfondo de crítica social entre líneas que maneja Berrones. La chica enamorada, con esa excelente escritura, “la más seria del grupo, alumna ejemplar y responsable” tiene un futuro desafortunado. Los avatares de la vida la conducen a encontrar trabajo en un sitio de esos donde se baila con poca ropa y en vez de tener un privado en algún corporativo con la mejor vista de la ciudad, se gana la vida haciendo privados en salas a oscuras. Un alma que se perdió lejos de la educación. Suena a chiste, a anécdota circunstancial. No lo es. Y duele leerlo. En este libro hay literatura, pero no hay mucha ficción.

Hay un corrido de los Tigres del Norte que viene a colación, habla de un recién graduado y en una de sus estrofas dice: “El título sólo me sirvió para cubrirme el sol cuando fui a pedir trabajo”. Guillermo, desde el prólogo,  sienta las bases del debate al preguntar

“¿Qué clase de cambio van a propiciar los maestros? ¿Su iconografía social seguirá siendo parte del mito del apostolado magisterial? ¿Seguirá siendo el maestro un agente de cambio o se resiste a la transformación de su estatus?

Las preguntas quedan en el viento, pero él aporta su ladrillo día a día en el devenir de sus clases como maestro del CIDEB.

También habla con nostalgia sobre los libros prestados que no son devueltos, se queja de las imposiciones inútiles como el uso de las corbatas en esta ciudad con salones sin abanicos ni clima artificial, expone lo referente a los miles de convivios que se organizan los maestros para celebrar que celebraron lo que inventaron que tenían que celebrar. Critica que los maestros de escuelas públicas tengan a sus hijos en colegios privados. Comparte la magia de ver pasar las mariposas monarca como símbolo de esperanza en medio del caos por la inauguración de una biblioteca. Publica su tedio y desesperación por el burocratismo. Establece un homenaje para todos esos maestros raros, los que bailan, los que pintan, los que declaman, los que saben de teatro, que casi nunca son apoyados por su institución y montan sus obras de teatro, ensayan la rondalla por puro amor al arte, dirigen el coro o se ponen junto con los alumnos a hacer manualidades, pero que son los primeros convocados cuando va de visita el inspector para hacer un festival y así poder saludar con sombrero ajeno. Favores que no se agradecen institucionalmente, pero son maestros que todos recordamos después con muchísimo cariño.

En el libro hay un conjunto de voces. Hablan los alumnos, los testigos, los maestros. Las evocaciones humanas. También hay clases de historia. Gracias a él, supe que alguna vez le robaron la espada a la estatua de Simón Bolívar y el maestro nos cuenta cómo se resolvió el asunto.

La figura del maestro y las técnicas de la pedagogía han cambiado con el tiempo. Lejos quedan aquellos días donde al maestro se le veía como a un segundo padre o semidios. La gran expectativa en la estación del pueblo porque llegaría el maestro, la fiesta en casa del alcalde. Un regaño del pro-o-sor nos podía sumir en profunda depresión. La tarea era el medio que facilitaba el aprendizaje. Hoy en día un regaño del maestro puede convertirse en el despido de una asociación de padres manipulados por sus hijos y revisar tareas implica un fastidio de lo más soporífero. “La carta a una profesora de cuarto grado” (Página 71) –verídica- ejemplifica la preocupación de un padre por la educación de su hija. Es emotivo y narra cómo estaba enamorado de su maestra de cuarto grado y que ve con tristeza que su hija, lejos de asumir sus tareas como un placer, las ve como una esclavitud, una obligación. Le recomienda a su colega cambiar de didáctica. Cito unos cuantos puntos:

a) ¿Tienen los niños de esta edad la madurez y el conocimiento para analizar y sintetizar un texto extenso y de un tema desconocido para ellos?

b) ¿Qué tan significativo resulta que busquen respuestas complementarias sin sentido sintáctico y mucho menos conceptual?

c) ¿No es tradicionalista y agobiante hacer series numéricas larguísimas?

d) ¿No es riesgoso dejar por largos periodos de tiempo a los niños solos en el salón de clase?

e) ¿Tiene algún sentido didáctico cubrir en un par de sesiones lo que debió verse en un semestre?

f) ¿La memorización de cuestionarios (por cierto, muy deficientes) fortalece realmente el aprendizaje significativo y la reflexión?

g) ¿Que las tareas no deben ser complementarias de la experiencia del conocimiento en el aula, o cuando menos indagatorias ante un conocimiento nuevo que se impartirá al día siguiente?

h) El autoestudio es válido, pero ¿se ha entrenado a los niños para realizarlo?

Si bien en su mayoría las carcajadas y la reflexión acompañan la lectura de este libro, también hay espacio para situaciones que estremecen el corazón. Tal es el caso del relato “Hay violencia intraescolar” (Página 145) que versa sobre un concurso de cartas a los padres donde una niña escribe una carta donde manifiesta su incapacidad de perdonar a su progenitor por haber matado a su madre delante de ella.

Para mi padre

De: Amor imposible

Hola.

Padre yo e comprendido Que Adentro De mi corazón Siento Algo por ti Pero no se si Es Afecto o rencor yo no entiendo Porque Si Me Querias tanto Como Dices No Me hubieras Quitado A Mí Madre A Mi Amiga PorQue Con Migo Por Eso te Digo que espero Que Algun Dia Te Arrepientas de lo que isiste Pero una cosa Si te Dijo No creo Poder Perdonarte PorQue Me quistaste A Mi MAMA y Mi Madre era O bien es Mi razón de vivir y usted Puede Ser Muy Mi Padre Pero Padre No es el Que engendra Si no el Que Da Cariño y Amor  conosco un Señor Que Me Ve Como Su hija No Sabes Cuanto Me gustaria Que tu fueras como el.

… y lo Pior De todo es que tu No Sabez Cuanto Dolor Me Da Cuando llega el Dia De la Madre O De la familia Me Da Muncha envidia Con Mis Amigas Alberlas Con Su mama y Su papa Felices y Contentoz Mi Hermana A Sabido quererme Pero Ni ella Ni Nadie Podra ocupar el lugar DE Mi Mama. Yo Se que en el lugar En Donde Estas, Estas Con otra Señora tu Que Desias Querer Muncho A Mi Madre Así es como le Demuestras tu cariño Manchando Su Memoria Solo te Dijo Que Espero Que Algun Dia te Arrepientas Porque yo No creo Poder Perdonarte.

Se Dezpide tu hija; Ariam Aznerol

Azta Nunca”

En “Orgullo normalista” (Página 165)  está presente la denuncia. Narra el caso de Ana María y su hijo Azael. Ana María, próxima a jubilarse es llamada a la dirección. La directora le comenta que es preciso que estudie, que se supere para así lograr que su hijo pueda sentirse orgulloso de ella. Azael le reclama a la maestra tal cosa, renuncia en mano:

“Vengo a decirle que yo estoy muy orgulloso de mi madre y ella no necesita hacer nada para que yo me sienta orgulloso de ella”.

Berrones pregunta y yo secundo

“¿Cuáles son los valores de una institución y cuáles los de la directora? ¿En qué estriba el orgullo de un hijo por su madre?”

Decir la verdad, ser franco tiene sus riesgos. Esconderse detrás de un anónimo es un síntoma de cobardía. Hay que leer “El juglar de Lilyput” para enterarnos de un conflicto que protagonizó el autor por atreverse a ser crítico con el ambiente que lo rodeaba.

Santa Elba Esther Gordillo no podría estar ausente en este libro. Aprovecho la coyuntura para narrar una anécdota personal. Le robo un poco los reflectores a Guillermo para contar la emoción que me embargaba cuando se acercaba el día del maestro y ahorraba de mis domingos para comprarle a mi proosora un jaboncito Maja. Para mí, acostumbrada al jabón Lux, el adquirir uno Maja era el no va más de los detalles. La maestra Carolina Lozano, de tercer grado, se lo merecía. Era toda una ceremonia. Tomar el camión, comprar el jabón, olerlo de regreso a casa, envolverlo como Dios me daba a entender y encima un moño celosa espantoso y de mal gusto, pero yo orgullosísima de mi obsequio ofrendándoselo a mi maestra. Qué ridículo se ve ahora, máxime a la sazón de saber que en vez de jaboncitos Maja algunos pro-o-sores reciben un Hummer conseguido bajo no sé qué malévolo acuerdo de Santa Elba Esther con el Gobierno. Su existencia es didáctica para la asignatura de sinónimos, pues personifica el más claro antónimo del concepto magisterio. Por cierto y para que aprendamos, Hummer en inglés se dice Jómer, tal como señala la última crónica del libro.

Estamos frente a un libro ameno. Un encuentro con un mundo que la mayoría de nosotros hemos vivido de lejos, en la superficie, ahora lo podemos ver desde las entrañas. Hay un infiltrado que sin ser soplón nos cuenta sus historias y con ellas la historia. Un viaje por el pasado, el futuro y el presente. Con la tensión necesaria para que no aburra y el tono preciso para mantener el interés. Un habitante para la mesita de noche, leer una anécdota antes de dormir y al soñar hacerlo con una sonrisa en la frente que haga las veces de estrellita por ser niños aplicados y cumplir la cuota de lectura voluntaria. De no hacerlo, que nos pongan orejas de burro.

Para saber quién es quién, hay que escuchar los corridos. Para conocer un poco de lo mucho que sucede en el mundo de las aulas hay que leer Orejas de burro. Este libro amerita un segundo tomo, en el que solicito se incluyan las fechas de las anécdotas y crónicas como un referente temporal que las contextualice. Que alguien comience a escribir el corrido de Berrones, maestro normalista, escritor que nace un día 11 de febrero, alter ego del Profe Taberna, mientras él continúa compartiendo su enseñanza. Enhorabuena, Guillermo. Y reitero el reconocimiento a Celso José Garza por la publicación de libros como éste.

Lorena Sanmillán

Texto leído en la presentación del libro “Orejas de burro”. Colegio Civil,  junio 2 de 2010

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