Tu ausencia en el Estia

Noche de viernes, con invitación a cenar. Marisa Iluminada había lanzado la convocatoria a la que respondimos las demás, cómplices de su nuevo estado emocional. Grace llegó por mí casi con una hora de anticipación. Nos dirigimos hacia el Barrio Antiguo, sitio de la reunión.

Encontrar estacionamiento no fue difícil. Dejamos el coche por la calle Diego de Montemayor y caminamos el resto hasta la esquina de Abasolo y Dr. Coss. Ella, recargada en mí y yo sosteniéndola como lo hemos hecho tantas veces en ese sentido y a la inversa. La llovizna revestía de nostalgia y melancolía la noche.

Llegamos primero que todas al restaurante. Bonito. Mono. El mesero, muy amable nos mostró la carta de vinos y de alimentos. Todo estaba muy clarito, escrito en griego y traducido al español. Grace y yo nos entretuvimos leyendo los nombres impronunciables de cosas que se antojaban deliciosas, mientras comenzaron a llegar una por una nuestras acompañantes.

Xóchitl hizo su aparición seguida de Marisa, y de ese halo espectacular que distingue a las personas que irradian felicidad. En unos momentos más llegó Rosaura, deslumbrante, de minifalda y blusa celeste que le daba un cierto donaire a su aterciopelada piel morena. Ocupó su asiento a un lado de Grace. Dos de mis cariátides.

Por unanimidad decidimos que la Dra. Ortiz se encargara de pedir los platillos, al centro, para compartir, pues las demás teníamos muy poca idea de lo que en ese sitio era la especialidad o lo recomendable. Así que nos dejamos caer en sus manos, guarecidas en la confianza de la sensatez que muestra en el resto de sus decisiones. Rocío se incoroporó al grupo al mismo tiempo que los platillos eran servidos.

Con precisión milimétrica dispuse las porciones. Cada platillo dividido en seis partes equitativas para todas. Cirra, Merlot era el contenido de las copas que utilizamos para brindar por el gusto, el placer y la felicidad de compartir la mesa una vez más.

La plática fluía al mismo ritmo que la comida iba desapareciendo de los platos. Hablamos de automóviles, de la edad, de nuestros padres, de Fabián Lavalle, del futbol. De cómo la vida hace conexiones entre gente que apariencia no tiene nada que ver y terminan siendo pareja o por lo menos caminan juntos en algún proyecto.

La selección de alimentos fue la adecuada así como la de comensales. Aunque cabe consignar que hizo falta Mónica y Paty, para que entonces sí la mesa estuviera repleta de afecto. Hablamos de las porciones, de repartir un gansito entre varios hermanos porque no alcanzaba para más.

Rosaura inteligente y entusiasta; Grace, fascinante y serena; Rocío, chispeante y vivaz; Marisa, iluminada e iluminada; Xóchitl, mesurada y feliz; Sanmillán, sonriente y dicharachera.  Atenta a la plática de la mesa pero pensando en ti.

Deséandote. Observando la silla que ocupaba la antípoda de la cabecera donde yo me encontraba. Queriendo saber qué dirías, qué opinarías. Cómo te habrías vestido. Si habrías llegado temprano o después de Rocío. Qué tema hubieras propuesto. O si sabes hablar griego, qué hubieras sugerido del menú. Si el Merlot te habría gustado o habrías preferido un Zinfandel. Si habrías ido por mí a mi estudio o si hubiera pasado a tu oficina. Si te habrías puesto el dije que es igual al mío. Si habrías traído tu anillo.

Con el postre sucedió aún lo más exquisito. Sobre el placer de sentir la mesa rodeada de mujeres interesantes, inteligentes, iluminadas y hermosas vino el placer de paladear algo suculento. Un postre de almendras, nuez, miel y especias sobre pasta de hojaldre. ¡Madre del amor hermoso, pero cómo es posible que existan esas cosas! Lo compartimos entre casi todas, como si fuera un pacto o una ceremonia. En mi porción doble, sentir la canela, el ligero toque de clavo, la miel y las almendras doradas fue un baño de sensaciones para mi garganta. Por un momento pensé que era más rico que tus besos. Pero no, tu sonrisa, del otro lado de la mesa, a más de mil kilómetros de distancia me insistía en que no.

La sobremesa corrió por cuenta de anécdotas viejas. Vueltas a contar y saboreadas con carcajadas nuevas. La promesa de una sushi, un almuerzo dominical en casa y la preparación del pesto para mañana. Rosaura se retiró la primera, una venta noctura la esperaba. Rocío se fue junto con ella.

Nos despedimos de Marisa y Xóchitl, con abrazos de esos que no das cualquier día. Un abrazo de esos que te truena la espalda, que te dan calor al cuerpo y te acomodan los chakras del alma. De regreso al coche, subimos al Akbal, sólo para que Grace lo conociera. La lluvia, en chipi chipi, seguía llenando de escarcha los automóviles y el pavimento de peligro. Y tú, en ella, en cada una de las gotas como testigo. Y yo, dejándome mojar, por dentro y por fuera, llenando mi cuerpo de ti.

LSM; Noviembre 30 de 2007

One Response to “Tu ausencia en el Estia”

  1. Adrián Boyero Says:

    Solo el poeta, el escritor, el creador; seguramente con el fin de aliviar a si mismo la desdicha de una grave ausencia; es capaz de generar la fantástica presencia de ese algo perdido, esfumado, apartado, a causa de tanto extrañarle. Por añorarle tan intensamente la confecciona con tal nitidez, que convirtiendo la incorpórea figura en letras, consigue comunicar fehacientemente un extraño sentimiento, una emoción que amalgama misteriosamente gozo y melancolía; y contagiados sus lectores, nos envuelvemos en la abstracción de nuestras propias carencias.

    Recree mis propias experiencias leyéndote, Lorena. Muchas gracias.

Leave a comment