Archive for October, 2010

Tú sin mí

October 29, 2010

Cruzo las calles

y me lleno de recuerdos.

Vivo momentos

y los convierto en anécdotas.

Todo esto mientras llegas.

¿No sería mejor esperarte vacía

para que tú me completes?

Escucho música que me fascina

y pienso en cómo compartírtela.

¿Y si tú tienes la tuya para mostrármela?

Junto palabras para decirte,

tal vez debiera tener silencios

para escucharte.

Y mientras llegas,

yo sigo sin ti,

de la misma manera

que en algún lugar del mundo

tú sigues sin mí.

Lorena Sanmillán

Impromptum metálico para una rosa morena

October 11, 2010

Para Lucila

Sobre tu blanco ataúd han caído las flores que tus familiares, amigos y desconocidos, depositan para alfombrar tu camino hacia la eternidad. El sonido sobre la lámina refresca la memoria. Metal en rosas. Tu jersey favorito, fotografías y cientos de cartas que tus compañeros te han escrito, también te arropan. Alguien menciona que le harás compañía a tu abuelo, para que siga presumiendo a su nieta consentida. Imagino eras la mayor. No existe palabra para definir la trémula estadía de tu madre, ni el fondo de sus pupilas. Un océano de rabia fluye por su rostro. Tu hermana es tan frágil y tan honesta al expresar su duelo, que sólo verla da más rabia. Tu abuela clama que estés dormida. Aliviarla es tarea imposible. Los globos que tus amigos sueltan, se pierden en el cielo buscando la Sierra Madre y detrás de ella, el ocaso de este viernes a media tarde.  Ofrenda voladora, mensajes de paz, tu nombre escrito en casi todos ellos, adjetivos superlativos que te definen. Que se sepa quién eras.

Los mariachis, aunque han terminado su repertorio no atinan a irse. Nadie se mueve. La estupefacción cubre de sudor la ropa de los presentes. A lo lejos, reporteros, buitres de la noticia, observan; quiero creer que les da pudor estar aquí. Hasta el dolor, que es habitante vivo de este espacio muerto, parece condolerse. No hay lágrima vertida capaz de dar consuelo. Incluso los cipreses cierran su abanico. Un pandero bailoteando taladra la conciencia. El ferrocarril y su silbato vuelve más melancólica la atmósfera de silencio eterno interrumpido por sollozos, gritos. Esta música no debió ser para ti.

La carroza, blanca también, encabezó el cortejo. Detrás, varias camionetas cargadas con arreglos florales de todo tipo. Desde una rosa suelta, hasta la inmensa corona que manda la autoridad, a destiempo. La primaria donde aprendiste a leer, la secundaria donde fuiste parte de la escolta, la Facultad de Artes Visuales, el Hospital Infantil, Rectoría. Sin saberlo, cada uno de ellos se convierten en referentes de tu vida permitiéndonos leer tu historia. Personas e instituciones que tocaste. Flores que debiste disfrutar el día de tu graduación, en tu boda, en tu cumpleaños, en un día cualquiera cubierta de amor.

En tus manos, un rosario. Muñeca en caja de lámina sobre el aparador más espantoso. Tu cabello aún reluciente, bien peinado. Tus labios con brillo y ese vestido gris con el que sales, sonriente, en las fotografías que han pasado en la televisión. Sobre tu pecho, el llavero de New York, icono estandarte de tu búsqueda por el arte. Tres púas, una peineta y un gran bote de cerezas. Nadie quiere que te marches. Y ya te has ido, treintayseis horas antes.

Con las luces intermitentes indicamos que somos parte del séquito, pocos automovilistas hacen caso. Los muertos no merecen respeto, la prisa sigue siendo la dueña de la ciudad. ¿Cómo nos atrevemos a ralentizarla? La autoridad, ahora sí se hace presente y va cerrando las calles a tu paso. Como si tuvieras prisa por llegar a donde nunca te moverás. Cómo no estuvieron antes para cuidar tu camino aquella tarde que ya no llegaste a casa.

Miércoles 6 de Octubre. 2010. 19:30 horas. La cita en Colegio Civil, convocados por Zaira Espinosa en el ciclo Verso Norte. Sofía, Leticia, Jorge y Luis, preparaban su lectura, celebrábamos las letras, la creación, la lucha del ser humano en su aspiración de trascender por la vida. El afán de promover a los autores me hacía montar una vez más la librería. La poesía como herramienta para afrontar la cotidiana rutina. Por la calle Juárez las patrullas comenzaron su desfile. ¿Qué pasaría? Preguntamos todos. Sin asomo de duda, respondemos todos, otra balacera. La caravana es interminable, estridente y vertiginosa.

Otra balacera más. Quizá un asalto. Los autores revisan los textos. En la mesa acomodo los libros. Es lamentable que este tipo de eventos ahora sólo nos hagan voltear la cabeza un momento y después continuemos con lo que hacíamos. No deberíamos acostumbrarnos al caos. Sin embargo ahí estamos. Los balazos son allá. Acá seguimos nosotros. De lejecitos, viviendo otra realidad. O al menos aparentando.

Los mensajes al celular de los guardias nos enteran de la noticia en minutos. Balacera en Morelos. Mis carótidas olvidan su trabajo esencial. Siete de la tarde. Está llenísimo de gente en el cruce con Juárez. La mayoría de los camiones urbanos transitan por ahí y es el sitio de trasbordo de un alto porcentaje de la población. ¿Cuántas veces no me he detenido en esa esquina a esperar a alguien? ¿Cuántas veces no tomé el camión? ¿Cuántas veces no estuve ahí hojeando el libro nuevo, sólo por la ansiedad de abrirlo pronto y no esperar a llegar a casa? Apenas el sábado pasé por ahí, de camino a los artesanos buscando un juguete para Mirta, niña polaca de cinco semanas de nacida, esperanza de existencia que vino a transformar mis brazos en cuna. Morelos, el sitio de encuentro. El paseo de todos. ¿Acaso es que tampoco podemos ya transitar por ahí?

Los heridos están tirados en la calle, dicen los rumores. La lectura se retrasa, pues seguramente quienes vienen en camino no podrán pasar. Se interrumpe todo, aunque no queramos. Dicen que hubo muertos. Varios. En el aire, la pólvora y el sentimiento de los poetas. Nos vamos a dormir con el alma herida. Dicen que murió una estudiante. La llaga abierta vuelve a horadarse.

Al amanecer, en el periódico la noticia es escalofriante. En las portadas de los tabloides tu cuerpo en el pavimento, pants negros y sudadera rojo sangre. Aún no nos reponemos de la granada en la plaza principal de Guadalupe y a menos de una semana tenemos otro asunto multitudinario. Hablan de ti, Lucila. ¿Y si hubiera sido mi sobrina? No alcanzo a preguntármelo cuando el nudo en la garganta se lleva todo sonido, abarcando el estómago e incrustándose en el pecho. Tú también eras la sobrina de alguien, la nieta, la novia, la hija, la amiga. Ella, dicen. Era estudiante, dicen. Era aplicada. Era constante. Era buena hija. Era de excelencia. Era cumplida. Era creativa. Era buena amiga. Era, palabra tan corta y que escuece tanto. Era. Tiempo pasado, tercera persona del singular. Eras. Tanto que pudiste ser y una palabra viene a terminarte: eras. En la nota roja, te conviertes en seis líneas mal redactadas: “Lucila Quintanilla Ocañas, estudiante de Artes Visuales de la UANL, murió el miércoles baleada por sicarios que buscaban ejecutar a un celador del Penal del Topo Chico en el paseo comercial, donde también resultaron heridas otras cinco personas, de las que cuatro seguían ayer hospitalizadas.” No hay detenidos. Nadie vio nada.

Tu novio escuchó los disparos. Hablabas con él por el celular cuando sucedió todo. Perdió la comunicación contigo. Alcanzó a enterarse que te ofrecían ayuda. Se dice que el custodio bajó de un camión y desde una camioneta comenzaron a dispararle. Un minuto de muerte desparramada bastó para cambiar el presente de muchas personas, de la ciudad entera. Tú, Lucila, tú nada más ibas pasando. Y la bala te alcanzó, sin avisarte. Se adentró en tu cerebro quizá buscando una razón para su sórdida existencia de plomo. Tu madre te vio en las noticias en un hecho inenarrable. Perder un hijo es algo que no tiene nombre, no existe definición en el diccionario. Eso sí es un momento y un lugar equivocado. Tú, Lucila, tú nada más ibas pasando, ejerciendo tu libertad, joven, resuelta, bajo el amparo de lo que se supone debemos brindarte quienes te precedemos.

¿Qué hacías, Lucila? ¿De dónde venías? ¿Qué canción escuchabas en tu ipod? ¿Quién recogió tu celular? ¿Qué plan tenías para el viernes? ¿Qué nueva idea perseguirías en tu próxima tarea? ¿Tenías ropa separada para lavar el domingo por la mañana? ¿Ibas a comprar un regalo? ¿Ibas de prisa? ¿Andabas de pinta? ¿Te estabas paseando?

En el sitio donde caíste, ahí donde se quedó tu último aliento, se han colocado múltiples veladoras. La manifestación de amor, de solidaridad, de repudio a la situación de violencia ha sido inmediata y espontánea. La comunidad te llora, te vela, te reza, en una letanía surgida al vuelo: Ni un civil más, ni un civil más, ni un civil más. Somos desconocidos que nos abrazamos, hermanados por el dolor compartido. Reclamamos nuestro espacio. Esa ciudad que no entregamos, que nos han arrebatado. Me decanto por un lugar común para expresar el sentir de tantos: ojalá que tu muerte, Lucila, no sea en vano.

Tu madre reclama: “”Que ya no tengan miramientos ni complacencias con gente de poder, que rompan con lo que tengan que romper y arranquen de tajo y de raíz toda la podredumbre que existe dentro de ellos. Nuestros jóvenes, que están limpios, no se merecen esto”. Nadie se merece esto. Nadie se merece vivir con miedo.

Otro muerto, canta Mecano desde Radio Viejito, que está de luto en el Facebook. “Otro muerto, otro muerto qué más da, si está muerto que lo entierren y ya está. Yo no sé, ni quiero, de las razones que dan derecho a matar. Pero deben serlo, porque el que muere, no vive más.” Como tú,   Lucila, que ya no vives más.

Lorena Sanmillán