La primera vez que me topé con la canción “Señora, señora…” de Denisse de Kalafe, fue en la primavera de 1986, antes de que se popularizara tanto como hoy que es icónica para este día. Treinta años ya y la canción no envejece. La conocí en una hoja de máquina, leyéndola como poema. La montaríamos en el grupo de poesía coral de la secundaria. Mis parlamentos estaban subrayados con rojo, para decirlos con la voz grave que poseo. Me gustó lo que leí. En ese momento desconocía que tenía música. Era una de esas canciones que quizá sólo pasaban en Radio Recuerdo.
Ensayábamos. El grupo se colocaba en el foro, formando una media luna, y comenzábamos. Verónica Irasema y Gloria Esmeralda, con sus voces agudas y tiernas abrían el número. A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espa-a-cio, decía Vero desde una esquina. Gloria se ponía de pie y , haciendo ademanes por demás conmovedores, respondía desde el extremo A ti que cargaste en tu vientre dolo-o-r y cansa-a-ncio. En ese momento yo también me levantaba y decía con voz de trueno A ti que peleaste con uñas y dientes, valiente en tu casa y en cualquier lugar. El grupo se integraba, formando una flor de la cual nosotras éramos el tallo y completaban la estrofa: A ti rosa fresca de Abril. A ti mi fiel querubín. El resto del número lo hacíamos básicamente en el mismo ritmo.
Señora, señora… Denisse de Kalafe
Confieso que me dolía el poema y al mismo tiempo me sentía ajena. Sentada en una de las escaleras del foro, meditaba mientras las demás pintaban sobre el suelo las figuras que iríamos formando. No lo sentía y sentir es imprescindible para recitar. ¿Había peleado Manuela con uñas y dientes por mí? Es cierto, me había dado su idea del amor y su espacio. Reconocía también que había cargado dolor y cansancio, pero lo demás no me sonaba. Mi fiel querubín, frase por demás cursi para decirla de adolescente. Lo que más me saltaba, era el decir Es linda, mi amiga gaviota, su nombre es mi madre.
Es verdad, mi madre no era mi amiga, o al menos en ese entonces yo no la veía así. Mi amiga constante de todas las horas. Deseaba que mi madre fuera mi amiga, pero ¿cómo podría ser? Yo le preguntaba por Simone de Beauvior y ella no sabía ni que existía. Sólo -sólo- sabía cocinar, bordar, cantar, ver novelas y lavar mi ropa, administrar la casa y pelear con papá. Había otra cosa que sabía hacer y perfeccionaba a diario: regañarme por la mayoría de las cosas que hacía.
A ti te dedico mis versos, mi ser, mis victorias… El día que recitamos aquel poema, mi madre no fue a verme. Nos habíamos peleado, no recuerdo ni por qué. Hasta se ganó un premio en la rifa. Un exprimidor de naranjas que obviamente nunca usamos, enojadas, lastimadas las dos por lo que había sucedido. Me dolió que no fuera, pero así eran las cosas con ella. El poema seguía siendo lindo aunque ella no lo hubiera escuchado. Me hizo falta su aplauso, sus lágrimas conmovida. Se lo perdió. Me lo perdí. Nos lo perdimos las dos.
Comenzó la preparatoria y la distancia se hizo más grande. En la facultad, se esmeraba porque no me fuera sin desayunar y que no me desvelara tanto. Comenzaron mis salidas nocturnas que soportó con estoico silencio. Regresaba a casa de mañana y ella me ofrecía café y tortillas de harina recién hechas, mientras preguntaba sin querer saber cómo me había ido. Valiente en tu casa y en cualquier lugar salió a poner en su lugar a una chica que fue a armarme un escándalo a mi casa. Tampoco hablamos jamás de ello.
Siempre amable con mis amigos, han encontrado un amoroso abrazo con ella. Manuela abre su corazón para los que me quieren. Kike tiene especial lugar en su vida. Cuando le asiste la lucidez, pasa lista por algunos de los afortunados a quienes recuerda. Muchos de ellos aún tienen memoria de sus comidas deliciosas y planeadas. Manuela hacía maravillas con el sueldo de mi papá.
Cuando canta, la emoción habita todo mi ser. Cuando lo hace, vuelvo a ver a Manuela de nuevo, súper fan de Ramón Ayala, cantándome cuando regresaba del kínder: Ahí viene, mi piquito de oro, ahí viene, mi lindo tesoro. Ella ya no se acuerda, pero yo no lo olvidaré. También guardo en mi mente aquella vez que fue al kínder a una junta, hermosísima con un vestido morado, y a escondidas llevó tacos de mermelada de fresa para mí.
A pesar de sus limitaciones, he aprendido a liberarme. Me ha costado sangre del alma comprender que mi madre como tal, ya no existe. Extraño sus respuestas rápidas, certeras e irónicas. Para aminorar el dolor, ahora festejo cada una de ellas cuando suceden, en vez de reprocharle las noventaynueve veces que no acierta a contestarme y en lugar de eso me pregunta ¿qué me dijiste? Cuando me repite las mismas historias mil veces, pienso en cuántas veces le conté yo el mismo cuento o cuántas veces me escuchó contar la misma caricatura. Entonces sonrío y reclamo la herencia de creatividad, paciencia, amor incondicional y buen humor que ha sido su legado para mi vida.
Ahora estamos al revés. Hemos cambiado los papeles y hoy la veo como mi hija. Ahora ella depende mucho de mí. Ha sido un proceso lento y amoroso. Dedicarse a otra persona es todo un arte que no ha sido fácil aceptar. Ella lo hizo sin chistar por sus once hijos. Para ella también ha sido difícil aprender a dejarse querer, atender. Le hago sus curaciones y me encargo de su comida y su baño. Ahora la veo tan vulnerable. En sus manos lleva una argolla de plástico que se encontró y siempre me pide que le ponga sus aretes. Me desarma que tenga aún tenga ánimo para la coquetería. Me destroza que a veces no recuerde quién soy. Casi aplaudo cuando se pone terca, pues veo que aún tiene carácter.
Ella no me amenazaba, simplemente me pegaba. Sus reveses eran rotundos. He recorrido junto a ella los interesticios de la escala de la vida. La he odiado, la he compadecido, la he admirado, la he aborrecido, la he ignorado, la he amado, la he consentido. Alguna vez hasta me avergoncé porque era analfabeta. Por sobre todas las cosas, la he conocido. Dejándola de ver como madre, la he podido ver mujer. La Güera Manuela, la más guapa de la Obrerista. La Güera musiquera, fan de los Montañeses del Alamo y amiga de los locutores de la TKR. Guardo sus secretos en mi corazón, impronunciables.
La iglesia a la que íbamos de niños, organizaba una serenata para las madres. Yo no iba por el horario. Escuchaba cuando llegaban los muchachos y comenzaban a cantar: Hay un cuadro singular, que en mi mente siempre está, es mi madre con el libro de Jehová. Es la única estrofa que recuerdo porque en vez de escuchar la serenata yo la observaba. Sus ojos refulgían de orgullo escuchando a sus hijos cantar para ella. Verla feliz era más importante que poner atención en lo que decía la canción. Quería que se sintiera tan orgullosa de mí, como de mis hermanos, por eso acepté participar en aquél poema.
No estuvo aquél día de las Madres, pero hoy la tengo conmigo. Hoy le recitaré el poema. Hoy quiero sanarme esa herida. Hoy le daré mi regalo, si no aplaude está bien. Me basta con poder dárselo y que lo pueda recibir. Hoy se la quiero regalar, antes de que se convierta en mi fiel querubín. Las frases de Denisse de Kalafe me ayudarán. Yo, escritora, no sé bien a bien cómo definirla mas las estrofas de la brasileña me servirán mucho. Sé que sonreirá y pedirá que detenga la función, incómoda, desacostumbrada a recibir homenajes. Tengo atorado un Te quiero en la garganta, que es sólo para ella. Quizá hoy me anime a recorrer ese velo.
Nunca ha sido mi amiga gaviota, aún así sé que soy en quien más confía. Soy depositaria de sus recuerdos, de su fascinación cuando llegó a Monterrey y vio por primera vez el Cerro de la Silla. Sé de la fuerza de sus manos aferrándose a mí cuando iba a empezar su cirugía, sé de su miedo cuando estrujó mi mano a punto de despegar el primer avión en que se subió cuando la llevé a conocer el mar. Sé de su mirada observando la inmensidad. Tengo en mí su temblorosa desolación tomándome de la mano mientras abrían el ataúd de mi abuela.
Es verdad, no me aplaudió aquél día. Sus manos han hecho muchas otras cosas por mí. Es tiempo de reconocerlo, tiempo de olvidar el resentimiento, perdonar y valorar lo que sí he tenido. Lo haré y sé que será un momento bellísimo para las dos, como suelen ser a su lado. Un momento único para atesorarlo. Sean para la Güera los aplausos. Contrario a la canción, yo si hago alarde de ella. Su nombre es Manuela.
Lorena Sanmillán