Anda, ven por mí después de la oficina. Llega sin llamar y entra sin tocar que ya te estaré esperando en mi estudio trabajando en la maqueta, escribiendo y pensándote. Te recibiré en la puerta y te daré el más tierno de mis besos.
Porque te quiero y hace frío, te abrazaré. Tomaré mi abrigo y el termo donde he puesto el chocolate que he preparado para nosotras. Subiré a tu coche. Escucharemos tu vals de Chopin favorito y después el tercer movimiento del Concierto Andaluz de Joaquín Rodrigo. Tu sonreirás y me harás sentir que el trajín del día, que el trajín de mi vida, que el trajín de la humanidad entera ha tenido sentido para que mis pupilas se encuentren en tu sonrisa apernas imitada por cualquier artista del Renacimiento.
Nos acercaremos al Santuario en tu automóvil. Sobre la calle dieciseis de septiembre lo estacionaremos. Desde ahí subiremos caminando el resto del tramo que nos separa de los churros. Me uniré a ti lo más que pueda y entrelazaremos nuestros brazos mientras sincronizamos el ritmo de nuestros pasos. Respiraré tu perfume y escucharé los cuetes y el zapatear de la peregrinación que va llegando junto con nosotras. Te estremeces toda entre cada cuetón y reniegas por haber traído tacones tan altos. No sabías que íbamos a caminar tanto.
Para contentarte te ofrezco que si tú quieres compramos caramelos, charamuscas, muéganos, cocadas, tamarindos, frazadas, piñones, flautas, pozoles, manzanas con caramelo, algodones de azúcar. Lo que tú quieras. Todo lo que yo quiero son churros con chocolate. Todo lo que yo quiero es recorrer esas calles abrazada de ti. Ven, vamos a entretenernos viendo las artesanías de madera, cuero y barro. Ven, vamos a echarle un ojo a los discos piratas. Ven, vamos a ver todas las veladoras e imágenes en venta. Si quieres compramos una y la ponemos a los pies de tu virgen morena.
Estamos parados en Tierra Santa y los ángeles del Señor están aquí, estamos parados en tu presencia, hoy, aquí. Te canto desde mi convicciones mezclando mis creencias con las tuyas en nuestra religión única. Una sonrisa compartida nos consagra. Entramos al Santuario, nos da la bienvenida el olor del sahomerio. Te inclinas para rezar y yo lo hago a tu lado. Me persignas, pues sabes que yo ignoro cómo se hace el ritual. Me persignas y noto cuánto me quieres. Me dejo persignar y notas cuánto te quiero. Te veo rezar y adoro el silencio que te da tanta paz. Salimos tomadas de la mano.
Caminamos por entre oferentes incansables y matlachines cansados. Encontramos el puesto de los churros de Don Juan. Casi todos los oferentes venden de cinco por diez pesos, espolvoreados con azúcar y a veces están fríos. Don Juan, no. Los suyos son distintos de todo a todo. Son pequeños y en cada bolsa pone seis por el mismo precio, los espolvorea con azúcar, canela y chocolate y si se enfrían, los desecha. Sólo vende churros calientitos. Además te ofrece agregarles cajeta, chocolate, mermelada o La Lechera. Por eso vamos a comprarlos ahí.
Una bolsa es suficiente para las dos pues como dice mi mamá Cuando dos se quieren bien, con uno que coma basta. Además ambas sabemos que hay que cuidar tu figura de sílfide y conservar lo pachonchita de la mía. Regresamos al coche. Ahí nos espera la música y el termo de chocolate Abuelita hecho con el molinillo ancestral de mi casa. Platicamos de tu día, de las cosas que te preocupan, de tus sueños y tus miedos. Te escucho adorando el aire de invierno que permite hacer patente nuestra calidez.
Te beso en metáfora cada vez que muerdes el churro, cada vez que suspiras, cada vez que pruebas el chocolate, cada vez que comentas algo. Te beso en ficción y te beso en distancias. Te beso en realidades y nostalgias. Te beso y te agradezco que me invites unos churros, aunque sea sólo eso. Ven hoy, mañana o cuando quieras. Aquí te espero.
Lorena Sanmillán; Diciembre 2007