Estaba un poco enojada, como si mi enojo sirviera alguna vez para algo, por el asunto de que las Olimpiadas del Centenario se celebrasen en Atlanta y no en Atenas. La Coca Cola tiene poder, de sobra se sabe. Aún así, compré mis vasos conmemorativos canjeando corcholatas. La muina se desapareció ante la llegada de la ceremonia inaugural aunque no me pareció tan impresionante como la de Barcelona. Tenían un reto muy grande ante ellos.
La paloma de la paz formada por bailarines voló enmarcada por los aros olímpicos. Gloria Stefan cantó el tema de las olimpiadas, Puedes llegar. El espectáculo me pareció muy corto, aunque con muchos avances tecnológicos. Se comenzaban a ver cámaras más pequeñas y los uniformes de los atletas iban cambiando. La modernidad tenía su eco en el deporte.
Los atletas comenzaron su desfile por una rampa desde lo alto del estadio. Varios de ellos tropezaron. Yanni, Enya y alguna otra música popular sirvieron de fondo acústico para un momento que no precisa sonido. ¿Por qué no se pone música de cada país?
Hicieron un homenaje a los medallistas olímpicos. Los mejores atletas de los Juegos Olímpicos. Nadia Comaneci, Carl Lewis, Greg Louganis, entre otros. Mohamed Alí, afectado por el Parkinson, fue quien encendió la antorcha. La lección queda clara: el tiempo pasa a través de nosotros.
“Las niñas de oro”, la selección española de gimnasia rítmica ofrecieron un deleite para las pupilas con su gracia y maestría. Andre Agassi ganó el oro en tenis. Indurian, por su parte, ganó el oro en ciclismo.
No recuerdo gran cosa de la Ceremonia de clausura. Creo que hasta ni la vi. La mascota no me llamó la atención jamás. Lo que sí tengo presente es la emoción por Sydney. El año 2000 era lo mismo una esperanza y un breve apocalipsis, pues se decía que el mundo iba a acabarse. Afortunadamente no fue así.
Lorena Sanmillán